Primer intento

La ve a lo lejos, con restos de polvo blanco en sus particulares hoyuelos. Decide aproximarse sigilosa, despistada como si no la hubiera visto. Las hojas podridas del bosque invernal zozobran con sus pisadas cautelosas. La mira de arriba abajo, observando sus insinuantes y apetecibles surcos.

Decide abordarla. Sacude de su cuerpo el frío perezoso. Arquea sus dedos en las aristas afiladas de sus formas, las manchas negruzcas de goma, barro y arena la incitan a matizar la colocación de los pies y a balancear el peso de su cuerpo en equilibrio y con una precisión extraída de alguna inspiración divina. Sin titubeos y con gestos aparentemente estudiados, culminan en la “Petite Mort” de su especial juego inocente siempre e inevitablemente con una intimidad truncada por la presencia de quien observa.

Prefiere el trance orgásmico de la primera vez, de la sorpresa. El ensayo le permitiría probar a muchas otras, pero lo deshecha. Prefiere la experiencia ingenua de la primera vez, de la sorpresa del encuentro, de la inspiración fluida de la toma de contacto sin ninguna pretensión, esperanza o deseo. Sólo el placer de experimentar, de fluir, de aferrarse a lo que tiene delante como si fuese el amor de su vida. Al fin y al cabo, ¿qué más da? El desencanto de no culminar como se espera, de no satisfacer expectativas es lo que la sume en un hastío moribundo, en una ataraxia aburrida. La vida se da de bruces en esos ensayos, en esos fracasos calculados para alcanzar una “Petite Mort” calculada, garabateada y sobada por miles de intentos. Prefiriere destinar todo su esfuerzo en su primer intento, nada puede compararse a una “Petite Mort” a vista.

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